Encontrándome en mi lecho de muerte, doy un último repaso a mi vida antes de expirar, y surgen voces que me llaman desde el pasado, voces que han sufrido dolor por mi culpa, voces que hacen que me duela el alma, voces que me recuerdan que iré al infierno por mis pecados, pecados que sé que he cometido, pecados de los que jamás pude redimirme.

Es ahora, en mis últimos momentos cuando escucho esas voces, voces que me llaman desde el más allá, voces que se extinguieron entre mis manos, dejando paso al angustioso silencio de la muerte.

Esas voces son sólo remordimientos que me han atormentado durante toda mi vida, y que ya no lo harán más, porque mi existencia llega a su fin.

Es ahora, en mi último momento cuando realmente me arrepiento de lo que hice, pero ya es tarde, ya no puedo pedir disculpas, quedaré condenado a vagar por este mundo, a mitad de camino entre los vivos y el limbo por siempre, o quizá a algo mucho peor, pero mi imaginación no llega a concebirlo.

Mis, espero, últimas lágrimas brotan de mis ojos que se encuentran ya exprimidos por tanto sufrimiento, por el sufrimiento que yo mismo he causado a los seres que más he amado en toda mi vida.

Mi sangre ya no corre por mis venas, mi corazón no tiene fuerzas para bombearla, es espesa casi sólida, repleta de amargura. Se acumula en mis vasos sanguíneos, bloqueando mi vida lentamente, levantando una presa en mi corazón que poco a poco va agrietándose para así reventar.

Ahora me voy, me voy a un mundo incierto, me fundiré con la nada absoluta donde por fin expiare mis culpas.

Pido perdón por haberte asesinado, pido perdón por haberte amado, sólo lo hice porque una vez te quise.

Adiós mi amada, ya no te dañaré más, lo siento